A veces dan ganas de salir a la calle de noche y dejarse guiar únicamente por las luces y las sombras de la ciudad. Sin un rumbo fijo, solo arrastrándose por calles estrechas que durante el día surgían bulliciosas y llenas de vida.
Apetece pasear, sobre todo si alguien te acompaña y no hay una hora exacta para regresar. Apetece detenerse en alguna terraza, o simplemente en algún rincón mágico que durante la mañana había permanecido escondido. Los silencios envuelven el camino, solo interrumpidos por algún susurro o una palabra a media voz.
Y al día siguiente, ese recorrido mágico parece confuso. No recuerdas qué dijiste ni hacia dónde se dirigieron tus pasos. Jamás podrías pensar que las calles vacías fueron testigos mudos de mil pensamientos, de una mirada cómplice o de una despedida. Y esas mismas calles, como cada día, amanecerán sonrientes y aceleradas, distantes y ajenas. Sin nadie que deambule en sus rincones, ni se apoye en una pared para contemplar como se detiene el tiempo...
Debe ser la magia de la noche.
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